La noche del 23 al 24 de abril de 1915 fueron arrestados, trasladados y luego asesinados por autoridades del Imperio Otomano (actual Turquía), 235 miembros de la colectividad armenia, puntualmente intelectuales y líderes comunitarios, en un intento por descabezar la cúpula de esa organización.

Es por ello que los 24 de abril se conmemora el Genocidio Armenio. El próximo miércoles será la recordación 109 de aquella tragedia que no solo fue el primer genocidio del siglo XX, sino que también, al no ser condenado en tiempo y forma por la comunidad internacional, dejó la puerta abierta para nuevos procesos genocidas. “¿Quién habla hoy aún del exterminio de los armenios?”, decía Hitler el 22 de agosto de 1939 arengando a sus tropas antes de invadir Polonia.

Luego de este hecho comienzan a formarse, en las primeras décadas del siglo XX, diferentes agrupamientos de armenios y armenias en cada uno de los territorios que recibían a aquellos que lograban sobrevivir al horror que, entre 1915 y 1923, llegó a 1.500.000 personas masacradas a manos del Imperio turco-otomano y su continuador, el Estado turco moderno.

Sin embargo, aquellos que pudieron sobrevivir al horror fueron desperdigándose por diferentes partes del mundo, llegando en gran medida al Río de la Plata y, a partir de allí, a otros territorios continentales. Este movimiento es el que generó que hasta la provincia de Salta arribaran en diferentes épocas y por diferentes motivos, familias de ascendencia armenia.

Sobre el margen inferior derecho, la ubicación actual de Armenia.

Una de las que hoy habita tierras salteñas y cuyos antepasados arribaron desde ancestrales territorios armenios, es la familia Issa. En la voz de Ludmila las y los integrantes de esta familia cuentan sus vivencias. “Mi hermana y yo nacimos en Córdoba, igual que mi papá y mi abuelo, que se casó con una griega de origen armenio. Los primeros registros de quienes llegaron a la Argentina datan de 1925 y vienen de esa rama. Eran de un lugar llamado Cilicia, nombrado hoy por los turcos como Adaná”.

Ludmila se detiene a explicar la particularidad de su apellido que difiere del factor común que mantienen los apellidos armenios, los cuales tienen su terminación mayormente en “ian”. “Hay una teoría familiar que sostiene que nuestro apellido real sería Hagopian, y que por cuestiones de migraciones cuando mi tatarabuelo llegó a la Argentina, asentaron su nombre de pila recortado, que era Issaj, como apellido, perdiéndose así el Hagopian auténtico”.

“En tanto, por el lado de mi abuela el antecedente es de 1951 cuando ella, Silvá Baluktsian, llega a la Argentina con 14 años. Su padre había nacido en Malgara, cerca de Estambul, lo que vendría a ser la antigua Constantinopla”, resalta Ludmila describiendo los diversos trayectos y momentos históricos en los que llegaron sus ancestros a la Argentina.

Asadur Lemseyan en sus años de gran actividad con el Karate (Imagen El Tribuno).

Con un recorrido diferente, el salteño por adopción de ascendencia armenia, Asadur Lemseyan, fue precursor de las artes marciales en el norte argentino. “Nací en Estambul y a los 8 años aproximadamente vinimos a la Argentina con mis padres y mi hermano Miguel, a finales de la década del 50. Luego tengo otros tres hermanos que han nacido acá en Argentina”.

Asadur tiene poco más de 50 años en la provincia, ya que arribó en 1973, y según recuerda: “había comenzado a practicar karate con mucha intensidad en Buenos Aires y me ofrecieron venir a poner una escuela acá en Salta. La idea era estar un tiempo, seis, ocho meses y volver, pero ya me quedé 50”, comenta entre risas.

“En principio iba a ir a Jujuy porque tenía un alumno que vivía allá, pero lo sentía un poco chico en aquella época y justo conocí a una persona de Bélgica que había hecho judo en su país. Lo vengo a visitar y estaba enseñando en el único gimnasio que existía en Salta. Me presentó y comencé a enseñar, lo hice durante un tiempo y después ya me radiqué definitivamente”.

En el centro Ricardo Issa en Armenia, en 1990.

Los abuelos de Ludmila Issa se habían afincado primeramente en Córdoba donde forjaron un buen pasar económico basado en el comercio, oficio compartido con muchos otros de colectividad. “Pusieron varios negocios en la avenida San Martín, de Córdoba, que es una de las más importantes. Mientras tanto, iba creciendo el compromiso de mi padre, Ricardo, con la causa armenia. Él llegó a viajar a Ginebra con motivo de la Asamblea interinstitucional Armenia donde presenta en la Comisión de Derechos Humanos la causa principal en ese momento que era el reconocimiento por parte de Turquía del genocidio. Luego conoce Armenia en el 1985, que en ese momento era parte de la Unión Soviética, y en 1990 viaja por última vez para la Academia Nacional de Historia de Armenia, donde da una conferencia sobre el Genocidio Armenio delante de otros embajadores”.

Ya con dos hijas y luego de varios periplos y experiencias familiares, Ricardo Issa se instala en Salta. “Un ex alumno de mi papá, que enseñó derecho en la Universidad Nacional de Córdoba, le comenta que se va a vivir a Salta y le propone poner un estudio jurídico. Así es como nosotros vinimos, los cuatro sin nada absolutamente, a vivir a estas tierras, a empezar de cero en el año 1997”.

Uno de los temas centrales en la memoria histórica del pueblo armenio y de sus descendientes es el genocidio sufrido por su pueblo, negado, entre otros, por el Estado perpetrador. Esta triste particularidad genera una herida abierta que no logra cicatrizar, inclusive 109 años después de estos hechos. 

En este sentido, los descendientes de aquellos que sobrevivieron transitan esta situación de diversas maneras. Así, por ejemplo, lo vivencia Asadur Lemseyan: “en nuestra casa nos contaban lo que habían vivido nuestros antepasados, principalmente el genocidio que cargaban sobre sus espaldas, la gran matanza hecha por los turcos. Esto para nosotros está grabado en el ADN”.

Hay cosas que uno no se olvida, forman parte de su vida, y esto es algo que persiste. Además, veo con tristeza constante las declaraciones hechas a nivel mundial de mandatarios que no reconocen el genocidio, y la verdad que a esta altura no reconocerlo es algo que no se puede entender”, reflexiona Asadur.

Ricardo Issa en una conferencia junto a Adolfo Pérez Equivel.

Mi padre no nos obligó en absolutamente nada lo que tenga que ver con religión, ni con la educación estrictamente en lo que respecta al idioma y demás”, comenta Ludmila en relación a como la familia Issa transmitió la cultura e historia de su pueblo. “Yo lo escuchaba hablar armenio y así fui aprendiendo muchas cosas, en algún momento también nos intentó alfabetizar, pero a pedido nuestro junto con mi hermana”.

Construimos nuestra manera de transitar lo armenio, no desde la obligación ni desde la imposición, sino más bien permitiendo que seamos nosotras y procurando que nosotras, generemos las preguntas y él brindando toda la información y el acompañamiento”.

A su vez, la manera en la que se da la transmisión generacional, ahora sigue como tarea de Ludmila hacia su propia descendencia: “a Charo, mi hija, la hago dormir con una especie de rezo o saludo nocturno que a mí me llega de mi tía y a mi tía le llega de sus padres y a mis abuelos les llegó de sus padres también, y así entonces es transmitido de generación en generación: ‘Kisher parí, Anush cun, Parí ierass’, que significa: ‘que tengas una noche tranquila, dulces sueños, que estés en paz’”.

Ludmila Issa y sus padres en Salta.

“He vuelto a donde nací”, rememora Asadur: “recorrimos un poco y recuerdo que me preguntaba por algunos lugares puntuales, porque mi abuelo tenía negocio, era comerciante. Pude llegar a ver esos lugares, como también la escuela donde había comenzado mis estudios primarios. También mi abuelo tenía una quinta, pero hoy en día todo ese lugar en Estambul es parte de la ciudad, antes era algo alejado. Además, luego de tantos años, yo tenía una imagen totalmente distinta”.

En esta línea Ludmila agrega: “no fui Armenia, es un pendiente, pero me gustaría ir a la parte de Turquía que es de donde son mis ancestros. Es algo complejo porque también el Monte Ararat, del que tanto me han llegado historias, ha quedado del lado turco. Sin embargo, hoy no es algo que me inquiete, no tengo que hacerlo con urgencia, pero sé que en algún momento lo voy a hacer”.

Familia Lemseyan en Salta.

Sea en el norte argentino, en los grandes centros urbanos, o en las diferentes latitudes del mundo en donde se asentaron poblaciones armenias, mantener viva la cultura y el legado, resulta una pulsión de vida necesaria para afrontar una historia milenaria y al mismo tiempo dolorosa.

“A veces les explico a mis hijos que lo armenio, por más que no sepa hablar el idioma, es una cuestión que ya uno lo lleva en su sangre”, afirma Asadur Lemseyan, nacido en Turquía, de origen armenio y hoy asentado en tierras salteñas.

Me moviliza mucho el tema porque evidentemente es parte de mi historia, es parte de la historia de mi hija, y creo firmemente que es la memoria la que mantiene viva a los pueblos, la que mantiene viva al pueblo del que se trate”, remarca Ludmila con la firmeza y convicción de que aunque distante miles de kilómetros de la tierra de sus ancestros, todas las acciones en favor de la memoria serán la fuerza colectiva para que un día el reconocimiento del genocidio se convierta en justicia y les lleve al fin un poco de paz.